No puede decirse que la historia de la auxiliar de vuelo y de la aviación sea muy antigua: el primer aparato que consiguió alzar el vuelo no se conoció hasta finales del siglo XIX, lo que es muy reciente desde la perspectiva histórica. Más aún lo son los vuelos comerciales y la aparición de la necesidad de tripulantes que se ocuparan del bienestar de los pasajeros.
Transportémonos en ese fantástico vuelo chárter que siempre es la imaginación para aterrizar en los Estados Unidos de los años 30, concretamente en San Francisco, y ver ante nuestros ojos a una joven enfermera que, de camino a su trabajo, pasa a diario por las oficinas de la nueva Boeing Air Transport, aerolínea que acaba de abrir.
Día tras día, al llegar a ese tramo de la calle, congelada por la brisa helada del Pacífico y agazapada bajo su cofia y sus tirabuzones oscuros, a esa muchacha le empieza a galopar el corazón, camina más despacio y reprime un arrebato que terminará por darle alas.
Por aquel invierno, Steve Stimpson, uno de los directivos de esa compañía (germen de la actual United Airlines), andaba dándole vueltas a la manera de mejorar la comodidad de sus pasajeros. Tras un largo viaje se convenció de la necesidad imperiosa de contratar personal de cabina para la atención de los clientes.
Cada vez más gente se interesaba por montarse en sus aparatos, y ya era hora de dejar de acomodar a los clientes en sillas de mimbre y entre sacas de correos; además, bastante ocupados estaban los pilotos para ocuparse de tantas indisposiciones e hipotermias.
Así, aquella mañana gélida de aquel 23 de febrero de 1930, Stimpson se congratulaba, con una media sonrisa autocomplaciente y reclinado en su silla de cuero, por haber sido capaz de persuadir a los de arriba con su idea revolucionaria de los cabin boys.
Su mirada apenas iba desde la punta de sus zapatos de insultante charol brillando sobre su escritorio hasta esa masa de gente gris que pasaba tras la ventana, embutida hasta las cejas en sus gabardinas… “Esa pobre enfermera con aspecto de granjera otra vez por aquí…”. Al otro lado del cristal, una mano dudosa sale de su duda y del bolsillo del abrigo y, muerto de vergüenza y de frío, un dedo índice pulsa el timbre.
Historia de la auxiliar de vuelo: La primera fue Ellen Church
“Es una muchacha de veintiséis años. Una tal… Ellen Church, de Iowa. Sabía que esa cara era la de una granjera. Es enfermera aquí, en el hospital. Parece que tiene alguna idea de cómo pilotar un avión. ¡Tiene carácter la chica! A la pobre le fascina el mundo de los aviones. ¿Se lo imagina, señor? ¡Una mujer pilotando un avión!”
“No, no. Eso es absurdo. Ningún médico aprobaría que una mujer manejara un avión. Impensable. Seríamos el hazmerreír de la competencia. ¿Y si tiene el período en el aire? Las consecuencias podrían ser imprevisibles… Pero no le hablo de eso. Piénselo bien, señor: nuestros pasajeros llegan congelados a destino, si es que no deciden bajarse antes en una escala… ¡Eso es! Una cara bonita y una voz dulce calientan tanto como una manta de lana. ¿Lo ve? ¡Revolucionaríamos el mercado! Además, estas chicas enfermeras saben qué hacer en ciertos casos y un puñado de Ellen nos costarían menos que un médico… Estarían dispuestas a subirse un mes en nuestros Boeing por menos de 200 pavos…
Lo siguiente es ya parte de la historia de la auxiliar de vuelo que ha llegado hasta nuestros días.
La dirección de la Boeing terminó por sopesar los argumentos a favor de la idea y encomendó a Ellen que reclutara a otras siete enfermeras solteras, menores de 25 años, que no fueran más altas de 1,60 metros ni pesaran más de 52 kilos. Las condiciones también incluían un sueldo de 150 dólares mensuales por volar una media de 100 horas al mes.
Aquellas ocho enfermeras pasarían a la posteridad como The Original Eight o The Sky Girls.
Así, apenas tres meses después, un 15 de mayo, Ellen Church creaba la historia de la profesión de auxiliar de vuelo asistiendo a bordo de un Boeing 80-A trimotor en un trayecto desde Oakland (San Francisco) a Chicago con 14 pasajeros, que duró 20 horas y que requirió de hasta 13 escalas. Dicho de otro modo: con 26 años, Ellen se convertía en la primera azafata de vuelo de la historia.
Y continuó como azafata para la Boeing hasta que, 18 meses más tarde, un accidente de coche la obligó a abandonar la profesión de la que fue pionera para dedicarse a la enseñanza de enfermería en la Universidad de Minnesota.
Años más tarde, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, se alistó en la unidad de enfermeras del ejército de EE. UU y fue nombrada capitana en la Army Nurse Corps Air Evacuation Service, recibiendo la Medalla del Aire por sus servicios en el norte de África, Sicilia, Inglaterra y Francia.
Terminado el conflicto, volvió a la docencia de la enfermería, llegando al cargo de enfermera directora del Terre Haute Union Hospital de Indiana.
Su vida acabó el 22 de agosto de 1965 a consecuencia de una terrible caída mientras montaba a caballo.
Valiente, inspiradora y perseverante son tres adjetivos que bien pueden aplicarse a Ellen y a su historia, que es la de una granjera de un pequeño pueblo del interior de los EE. UU que rompió los estereotipos y fuertes barreras sexistas de su época para alcanzar las más altas cotas de reconocimiento social en el ámbito universitario y militar, incluyendo la inauguración de una profesión boyante, que goza de decenas de miles de empleados en todo el mundo y de un alto grado de consideración.
Sin embargo, da la sensación de que a Ellen, que soñaba con pilotar un avión, le faltó una pizca de suerte. Ojalá hubiera cumplido un sueño que la idiosincrasia de su tiempo y su accidente impidieron, aunque no por ello los ojos de la actualidad dejarán de mirar su figura con la misma admiración. Por eso el aeropuerto de Cresco (Iowa) se denomina Ellen Church Field.
Auxiliar de vuelo o azafata de vuelo ¿De dónde viene esta denominación en español?
Auxiliar de vuelo o el término más conocido por todos, azafata era, en el siglo XVI y siguientes, una viuda noble elegida en la corte española para llevar cada mañana a la reina los vestidos y las alhajas que iba a usar en el día. Se la llamó así porque dichas prendas eran llevadas en un azafate, es decir, un cestillo de borde bajo fabricado en mimbre, paja o metal.
Así, es posible que a mediados del siglo XX se optara por el término azafata para designar la nueva profesión a partir de la reinterpretación y actualización de esa definición.
Luego, la entrada de un mayor número de auxiliares masculinos en la profesión popularizó la forma masculina análoga, azafato, innovación léxica ya recogida por la RAE.
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